Cilicios de amor

(performance)

© Fotografía de Alfonso Lorenzana

Espectáculo poético-musical, integrado por poemas de la autora, y canciones baladas y boleros, principalmente) de los cuarenta a los sesenta, que han formado parte de la educación sentimental de las mexicanas (y de los mexicanos, por supuesto). A lo largo de dos horas, Conde recrea la ambientación del performa de la canción que se presentaba en vivo y a todo color en el teatro y la radio, primero, y en los inicios de la televisión, después.

La selección de las canciones fue planeada de acuerdo con los temas trabajados en su libro de poemas Bolereando el llanto (México, Fondo Editorial Tierra Adentro/ Conaculta, 1993), y las charlas nocturnas de sus padres en las guitarreadas con los amigos y la familia.

Hija de padres comerciantes que en su primera juventud se dedicaron a la música y la composición, desde pequeña, Rosina cultivó el canto, la danza y la poesía. Su madre, Laura Mabel Zambada Valdez, fue cantante de la XEW y del Follies Vergier en la Ciudad de México en los años cuarenta, y su padre, Jorge Guillermo Conde Otáñez, fue agente viajero y compositor, lo que le permitió perseguir a su madre a lo largo y ancho de la república hasta que logró casarse con ella. Algunas de sus canciones fueron grabadas por los Hermanos Reyes (El sapito) y Fernando Rosas (El mahometano), entre otros.

© Fotografía de Arturo López
© Fotografía de Carmela Castrejón

Además de los clásicos obligados como Bésame mucho, Espinita, Mucho corazón, Hoja seca, La copa rota, Amor perdido, Dos almas, Venganza, Puro teatro, Caminemos, Un poco más y otra decena de interpretaciones más, el espectáculo incluye tres baladas de sus padres: Pena, Nube y No creas que sufro, las tres con letra de Laura Mabel Zambada y música de Jorge Conde.

La presentación del performance abre con el estribillo que da inicio al libro:

Si el llanto es amargo
y la vida sabe a llanto,
¿por qué no olvidarte, amor,
si me dueles tanto?

Entre los temas trabajados se encuentran: el amor de una sola noche; el te irás pero volverás; el me seguirás amando aunque tú no quieras; el amor prohibido, y, por supuesto, la pasión de la noche eterna…

Algunos de los poemas que acompañan las canciones

I

Bolereando el llanto me asemejo a vos
voz que estás siempre al filo de mi nombre
voz que estás en el umbral que me asesina
(sonámbulo, el paso que me acecha
pletórica de encuentros la noche).

Entre tu soledad y la mía, sólo hay un son,
arrastradito, y el cachondeo de tu cuerpo
moderando el paso,
apretándome el pulso,
jalando el peso de mi abrazo.

Entre mi soledad y la tuya,
sólo queda el recuerdo de la noche.

Foto de archivo
© Fotografía de Carmela Castrejón

III

Dijiste que llegarías con la noche:
como ráfaga de viento
levantarías los dardos de mis manos,
las espinas de mi pelo,
hojarasca reposando sobre mi lecho.
Dijiste que llegarías pleno de nobleza invadiéndolo todo,
destrozando los escudos del guerrero
para instalarte, sereno, a contemplar mi renacimiento.

Y así llegaste, decantando la voz en mis mejillas,
la danza de tus dedos en el torso,
el perfil de tus muslos en mis labios…
Dicen que la distancia es el olvido,
pero yo, tampoco, concibo esa razón.

VI

Como silencio merodeabas las esquinas
tratando de alcanzar el rocío de la madrugada.
Como cántaro que busca con su boca el chorro de la fuente,
penetraste las ventanas con tu cauda de murmullos,
con tu capa de caricias ajuareadas de sonrientes anhelos.
“Consígueme eso, muchacha”, cantabas,
mientras te desgajabas en el negro fondo de la noche,
mientras hurgabas en el rincón de las soledades
tu alivio momentáneo.
“Consígueme eso”, tarareabas acorde al ruido de la calle,
sincopando las palabras frente a la entrada de la Estrella,
y te perdiste en los brazos de un pulpo
que quiso saborearte, extraer hasta el último sonido
al decantar de tus caricias y dolor de peregrino.
“Consígueme eso, muchacho”, respondió la danzonera
en un ruido de silencios,
y te envolvió en el beso de su abrazo.

VIII

Mejilla contra mejilla: tu delirio;
nostalgia contra nostalgia: tus dedos rosándome el ansia,
el abandono de tu cuerpo sobre el mío,
el adiós contenido en un abrazo.
Una estrella fugaz marca la noche del encuentro clandestino.
Fugaz la partida, hasta mañana,
el mes que viene, quizás,
hasta no sé cuándo…

IX

Hay vínculos más fuertes que la vida,
pactos de sangre transgresores de silencio:
necrofilia visigótica.
Porque la vida es malsana,
y el amor y la nostalgia…
así como los nombres que cambian con el tiempo:
traición esquizofrénica.

Pero hay vínculos tan fuertes
que no los rompe el dolor ni la distancia…
Hay vínculos tan fuertes
como las huellas mismas,
como el primer beso:
la Copa Rota maldita.

De Rosina Conde, Bolereando el llanto (México, Fondo Editorial

Foto de archivo